Autor: Pablo Tomaselli
Fuente: LinkedIn
Este artículo lo publicamos en Linkedin - en inglés - hace algunos meses. A pedido de algunos colegas, volvemos a publicarlo, esta vez en español. Ojalá la traducción guarde el espíritu del texto original, que era el de alertar a todos aquellos expuestos a las presiones de la vida corporativa acerca de cruzar ciertas líneas éticas y legales, creyendo que - al hacerlo - actúan en beneficio de la compañía y que, al hacerlo, cuentan con el apoyo de sus pares, jefes y de la organización misma.
Un error común que cometen algunos ejecutivos dispuestos/as a dejar de lado ciertas reglas para alcanzar resultados es el de creer que, al hacerlo, cuentan con el apoyo de sus jefes, pares y de “la compañía” para la que trabajan. Creen que pertenecen a un grupo privilegiado de superhéroes corporativos a los que se les permite elegir cuales reglas son obligatorias y cuales son opcionales. Ellos asumen que los demás integrantes de ese grupo especial los protegerán si son atrapados cruzando la línea que separa lo legal de lo prohibido.
No nos referimos aquí a los casos de funcionarios corruptos que aprovechan su posición en la compañía para enriquecerse ilícitamente a costa de ella. Estos últimos son delincuentes comunes. Son personas que pueden encontrarse En cualquier ámbito, no son exclusivos del mundo corporativo. Estos individuos delinquen para su exclusivo beneficio y toman sus precauciones para no ser atrapados. Cuando los descubren, usualmente tienen un plan de escape a mano. Pero esa es otra historia.
En este artículo nos referimos a otra clase de persona. Hablamos de aquellos ejecutivos que, creyendo que están haciendo un esfuerzo extra, cruzan una o mas líneas y terminan en un lugar peligroso. Este tipo de persona existe en forma casi exclusiva en el mundo corporativo: el ó ella es una persona con alta autoestima, proactiva, avasalladora y, generalmente, honesta. El o ella tiene lo que se necesita para que las cosas se hagan y no se detendrá hasta que la misión haya sido completada, porque eso es lo que hacen los líderes.
Algunas veces, estas personas actuan por iniciativa propia, otras veces siguen órdenes, insinuaciones o, a veces, leen entre líneas algunas arengas genéricas tales como: “¡Tenemos que hacer lo que sea para vencer a la competencia!” ó “¡Hay que aumentar las ventas, cueste lo cueste!”. Por supuesto que, preguntada al respecto, la persona que habló acerca de “hacer lo que sea necesario...” contestará que su arenga debió haber sido interpretada en el marco de lo legal y ético y que, de ninguna manera, su intención era incitar a la comisión de una falta o delito. Sin embargo, al momento de emitirse la arenga, ésta sonó de un modo distinto a los oídos de nuestro superhéroe corporativo.
Algunas veces, estos ejecutivos, aún los de mayor experiencia, creen que hay una especie de código de lealtad, una especie de omertá (el código de silencio de la Mafia siciliana) que los salvará de las consecuencias disciplinarias o legales ocasionadas por sus actos non-sanctos.
Sin embargo, como ha quedado demostrado por los - lamentablemente muchos - escándalos corporativos que han ocurrido últimamente, no existe tal cosa como como la omertá empresarial.
Esto es especialmente cierto cuando llega el momento de encontrar culpables ante casos de quiebre de cumplimiento de reglas internas, corrupción o delitos.
Como algunos ejecutivos han aprendido de la manera mas difícil, las empresas están dispuestas a arrojar rápidamente por la borda a un empleado/a sospechoso de conductas impropias, aún cuando esta persona no se haya beneficiado personalmente al quebrar las reglas, si esto es lo que se requiere para salvar la nave corporativa del naufragio. De hecho, la compañía estará dispuesta a arrojarlo/a por la borda aún si no hay riesgo de naufragio si - simplemente - algunos litros de agua han invadido las cubiertas inferiores del barco.
¿Y por qué deshacerse de un ejecutivo/a talentoso y de futuro promisorio si el riesgo no es tan alto y las pruebas en su contra no son concluyentes? Bueno, como lo explicara concisamente Remo Gaggi (el capo mafioso de ficción interpretado por el actor Pasquale Cajano en la película “Casino” de Martin Scorsese, de 1995) al decidir la eliminación física de un miembro de la banda cuya lealtad había sido - sólo levemente - puesta en duda: ¿Para que arriesgarse?
Súbitamente, el jefe y los colegas que, sutilmente o no, habían atizado al ahora conflictuado ejecutivo a cruzar la línea, obteniendo - por ejemplo - esa dudosa deducción fiscal, o consiguiendo - en forma algo opaca - un favor de las autoridades, ya no responden a sus llamados ni contestan sus correos electrónicos.
Muy pronto, ese gerente se da cuenta de que él o ella se ha quedado solo/a. Todos los que celebraban sus logros y lo animaban a continuar empujando los límites ahora actúan como si no lo/a conocieran.
El empleado, gerente o director se dirige entonces a la corporación, exclamando: : “¡Pero si lo hice por ustedes! Por supuesto que el bono anual o una promoción también fueron los incentivos para hacer lo que hice pero, en realidad, lo hice porque un hombre (o una mujer)... ¡tiene que hacer lo que tiene que hacer! Para eso somos gerentes: manejamos las situaciones y hacemos que las cosas sucedan. No damos excusas ni tomamos prisioneros. Ahora, simplemente necesito que ustedes me protejan, que paguen mis abogados y que me mantengan en mi puesto mientras pasa la tormenta”.
Luego de un silencio que parece eterno, sin obtener respuesta alguna por parte de la compañía, nuestro/a gerente se da cuenta de algo que - ahora - parece obvio: las compañías no se comportan en forma “humana”. Podemos llamarlas personas morales, jurídicas o ideales (lo opuesto a personas físicas o reales) pero no son personas. Son entes jurídicos que carecen de sentimientos, amigos o lealtades.
Lo que las compañías sí tienen es estatutos corporativos, códigos de ética, reglamentos internos, gerentes de asuntos legales y oficiales de Compliance. Éstos son la “consciencia” de las empresas y ninguno/a de ellos/as será benévolo con alguien sospechado de cometer delitos o contravenciones.
Lo que sucede es que, si bien las compañías no tienen sentimientos, las personas que trabajan en ellas sí los tienen. Y se comportan en forma muy humana: cuando estas personas se sienten amenazadas, actuan según se lo indica su instinto mas básico: el instinto de supervivencia.
Una vez que la noticia de la investigación se hace pública, ese “modo supervivencia” funciona a pleno en todos los involucrados. Cada uno de ellos hará lo que pueda para salvarse.
Lo que nuestro - ahora muy conflictuado - ejecutivo no tuvo en cuenta al emprender esa “misión especial” es que, cuando alguien se involucra en un hecho ilegal o falto de ética , no sólo está arriesgando su propio empleo, reputación, patrimonio (y hasta su libertad). Ese individuo está poniendo en riesgo los empleos (y la reputación, bienes y hasta la libertad) de las personas que trabajan con el (además, por supuesto, de la corporación misma). En ese momento, el destino de nuestro gerente pasa a estar en manos de personas que tendrán que elegir entre: a) proteger a un sospechoso de cometer un ilícito ó; b) sus propias carreras. ¿Ya adivinaron que van a elegir?
En cuanto a quienes investigarán y decidirán acerca de esta falta ética o legal, ellos probablemente serán otros empleados (de mas alto rango) fuera de la esfera de influencia de nuestro gerente: directores regionales, oficiales de compliance de la casa matriz y lejanos - ¡y muy costosos! - abogados de Nueva York, Londres, Paris o donde sea que queden las oficinas centrales de la compañía.
Es que, aún cuando el acto cometido no parezca ser tan grave a la luz de las prácticas o de la legislación local, probablemente sí infrinja un par de leyes en la jurisdicción donde se encuentra la casa matriz de la empresa (el estatuto anticorrupción del Reino Unido, las regulaciones anticorrrupción de la Unión Europea o la legislación de los EEUU respecto de empresas con sucursales en el extranjero)
Lo mas probable es que la gente que dirija la investigación ni siquiera conozca a nuestro ejecutivo/a. No les importará si esta persona es la dueña del record de ventas del año pasado, si es un “rain maker” o si es el director estrella de relaciones gubernamentales que consiguió poner a políticos y legisladores a favor de la empresa.
Peor aún, estas personas también tienen mucho que perder si aparentaran ser débiles en el manejo de la investigación. También ellas estarán poniendo en juego sus carreras y pensiones. Ellas querrán que el problema se resuelva en forma rápida y contundente. El problema es que, muchas veces, la forma mas rápida y sencilla de hacer esto es deshacerse del principal sospechoso. No, no lo harán al modo de nuestro conocido Remo Gaggi en “Casino”, pero tampoco lo harán de una manera agradable.
No entender este conjunto de circunstancias es lo que, muchas veces, lleva a talentosos ejecutivos/as a involucrarse en situaciones que ponen en riesgo sus carreras, prestigio, patrimonio y hasta su libertad.
Quienquiera que le haya dicho a nuestro (ahora ya desahuciado) gerente que infle las ganancias en los libros contables, que pague un retorno, coima o dádiva a ese empleado de la aduana o que haga la vista gorda ante ese caso de acoso laboral, lo hizo por su exclusiva cuenta. La razón de esto es muy simple: nadie, sin importar su rango o grado salarial, está autorizado a dar una orden ilegal o contraria a las normas internas de la empresa. Tampoco el jefe de esa persona o el jefe de su jefe. Todos son empleados obligados a respetar la ley y los reglamentos internos. Simplemente, algunos tienen un rango mas elevado o responsabilidad por una geografía mas amplia. Pero nadie está por encima de la ley o los reglamentos internos.
Por lo tanto, no importa que tipo de apoyos o respaldo ese superior jerárquico le haya “garantizado” al gerente cuando lo incitó a cometer esa falta o delito. No se engañen: no era “la compañía” quien le estaba pidiendo que cruce esa línea que divide lo legal de lo ilegal. Era ese individuo (o grupo de individuos) que esperaba obtener alguna ventaja personal de esa acción.
Quizas, si usted tiene suerte, no lo atraparán esta vez y sus acciones puedan ganarle la fama de “tipo/a listo/a” por un tiempo. Pero, si lo atrapan, y créanme que - en estos días, con la transparencia que se les exige a las corporaciones - es sólo cuestión de tiempo hasta que esto suceda, es como si lo hubieran encontrado espiando detrás de las líneas enemigas durante la Guerra Fría: todos negarán que lo conocen o que usted actuaba bajo sus órdenes. Sus colegas se volverán sus enemigos y no, no obtendrá una medalla por su valor en combate.
“La Compañía” (ahora si, actuando como una persona) se librará de usted lo mas pronto posible para prevenir un daño mas grave a sus marcas, imagen corporativa y al precio de sus acciones en la bolsa. ¿Y quién podría culpar a la empresa por eso? El deber de las compañías es hacia sus accionistas, clientes, empleados y la sociedad en general. Sin ellos, las compañías no existirían. Hacer lo mejor para estos grupos de interés es el norte hacia donde apunta la “brújula moral” de las empresas, no hacia salvar “ángeles caídos”.
Entonces, antes de emprender acciones de dudosa legalidad, usted debería hacerse las siguientes preguntas:
Si usted está actuando por iniciativa propia;
¿Están sus superiores completamente al tanto de lo que usted está por hacer?
¿Existe alguna posibilidad de que usted haya malinterpretado un mero comentario o arenga considerándolo - erróneamente - como una orden (directa o implícita)?
Si usted actúa siguiendo una órden directa o implícita;
¿Hay alguna comunicación escrita acerca de esta acción?
Sabemos que, incluso hoy en día, algunas personas pueden ser lo suficientemente torpes como para dejar por escrito (hasta en una brillante presentación de Powerpoint) el plan para robar un banco. Pero esta no es la regla. Generalmente, nadie da una orden ilegal o ilegítima por escrito. Si una orden no puede ser escrita, es - generalmente - una señal confiable de que, si algo malo sucede cuando se la ejecute, la persona que dió la orden rápidamente se alejará de la situación, dejando que usted mismo/a se encargue de apagar el incendio.
¿Por qué la persona que dió la orden no la ejecuta personalmente?
Si hay una oportunidad de obtener crédito por una “acción valerosa”... ¿por que no involucrarse directamente?. Uno asumiría que, si hay “gloria corporativa” a ser ganada mediante una determinada acción, todos los involucrados querrían participar de ella en forma directa, salvo un caso de - rara - generosidad.
En todos los casos;
¿Cómo luciría esa acción si se publicara en la primera página de un periódico?
¿Se sentiría usted cómodo/a contándole esto a su esposa/o, hijos ó amigos?
Generalmente, sus sentimientos le indicarán cuál es la respuesta correcta: Si algo no se puede publicar ni contar con orgullo, probablemente sea algo malo.
¿La acción requerida ha sido aprobada o fiscalizada por el departamento legal o de compliance?
Si tiene dudas, no tema consultar la opinión de los expertos. Si ellos no quieren darle una respuesta o si - directamente - la respuesta es negativa, esa es probablemente la mas clara señal de que lo que usted está por hacer va a traerle problemas.
Tal vez usted sienta que hablar (o escribir) acerca de estas situaciones es fácil. Después de todo, es usted quien tendrá que decirle que no a su jefe, abstenerse de ganar esa “medalla al mérito” y vivir con las consecuencias. Si piensa así, tenga en cuenta lo siguiente: las consecuencias de una mala evaluación de desempeño siempre serán preferibles a las de ser echado por cometer un delito o una falta ética grave. En el primer caso, su carrera tal vez será mas lenta (en esa compañía o en la próxima) o menos fulgurante. En el segundo caso, probablemente terminará echado por la puerta de atrás y, muy posiblemente, convertido en un paria del mundo corporativo.
Entonces, la próxima vez que un jefe, un compañero de equipo o ese diablito que le habla al oído le pida que emprenda una acción dudosa u omita cumplir con su deber “por el equipo y por la compañía”, sepa que lo que esa persona realmente le está pidiendo es que cruce la línea que separa el bien del mal. Y le está pidiendo que la cruce solo/a. ¿Va usted a hacerlo?.
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